La larga marcha (epistemológica) de la Economía Pública
1. INTRODUCCIÓN
Desde sus primeros pasos, la Economía, ha estado sometida a un intenso escrutinio por parte de académicos, estudiantes y, hasta cierto punto, por parte de la sociedad en general (Backhouse, 2002; Colander, 2005a; Sandmo, 2011). Este hecho no puede resultar sorprendente, dado el objeto de estudio de la disciplina y su carácter de Ciencia Social. Muchas de las disputas no han sido ajenas a orientaciones ideológicas o intereses de parte. Aunque los movimientos de “disidencia” intelectual no representan un fenómeno novedoso en Economía, resultan reseñables las demandas de cambios sustanciales en el currículo de la disciplina procedentes, originalmente, de estudiantes universitarios y, posteriormente, apoyadas por docentes de distintos países (Fullbrook, 2000). Este movimiento experimentó un fuerte impulso con la Gran Recesión, aglutinando críticas dirigidas tanto a la propia disciplina como a la manera en la que los cursos de Economía, incluidos (o especialmente) los de carácter introductorio, eran impartidos en las universidades (Inman, 2013; Jones, 2014). Entre las principales demandas de estos movimientos destacaban la necesidad de dotar de una mayor capacidad a la enseñanza universitaria de la Economía para entender el mundo real, una mayor interdisciplinariedad y una mucho mayor fundamentación en la evidencia empírica. En esta última ocasión, a diferencia de otros manifiestos estudiantiles precedentes, la severidad y duración de la crisis económica sin duda provocaron reflexiones de fuerte calado sobre los pilares epistemológicos y la práctica docente en la disciplina a la que no se sustrajeron los autores más relevantes dentro de la Economía ortodoxa (Fontana y Setterfield, 2009; Blanchard, Romer, Spence y Stiglitz, 2012; Coyle, 2012; Akerlof, Blanchard, Romer y Stiglitz, 2014). Hasta qué punto estas críticas internas y externas han permeado en la investigación y la docencia en Economía constituye todavía un punto de evidente disenso y un foco de discusión permanente (Lavoie, 2015; Beckett y Lait, 2015). El objetivo del presente artículo es más modesto: en este trabajo, argumentamos que durante los últimos 20 años hemos asistido a cambios muy relevantes en la investigación en Economía, que, como mínimo, se han reflejado en un giro empírico de enorme envergadura y un grado de colaboración con otras disciplinas sin precedentes. Además, apuntamos que la Economía Pública no ha permanecido ajena a esta evolución, sino que ejemplifica el impacto de estos desarrollos tanto el ámbito docente como el investigador.
El resto del trabajo sigue la estructura siguiente. En primer lugar, la sección que sigue a esta introducción describe en detalle cuáles han sido los principales cambios epistemológicos que se han producido en Economía durante las últimas dos décadas. El tercer apartado del artículo, por su parte, aborda cómo estos elementos se han trasladado a la Economía Pública. En cuarto lugar, revisamos la bibliografía de referencia existente en Economía Pública, discutimos cómo esta ha incorporado estos cambios y sugerimos algunas estrategias para organizar la docencia manteniendo presentes estas evoluciones. La última sección resume las principales conclusiones del trabajo.
2. LA LARGA MARCHA DE LA ECONOMÍA: DEL KEYNESIANISMO DE POSGUERRA A LA GRAN RECESIÓN
No cabe duda de que el siglo XX y los comienzos del siglo XXI han sido los más turbulentos en cuanto a los cambios en la epistemología de la Economía. Dista de ser casual que los grandes cambios en la disciplina viniesen de la mano de tres fortísimas crisis económicas: la Gran Depresión, la llamada Crisis del Petróleo y la actual Gran Recesión. No ha lugar en estas páginas realizar un detallado viaje por la historia del pensamiento económico —cuyo cuerpo es cada vez más extenso y complejo—, si bien resulta de especial interés caracterizar la evolución de la Economía durante las últimas décadas, con particular énfasis en aquellos desarrollos que han afectado y afectan a la Economía Aplicada y, en particular, a su vertiente microeconómica. Asimismo, por razones de espacio y concisión, la reflexión sobre esta evolución del pensamiento económico de este trabajo se centra en el periodo que comienza en el siglo XX, sin que ello reste un ápice de importancia a las aportaciones de lo que Heilbroner (2000) denominó filósofos terrenales (en la terminología original del autor, The Worldy Philosophers) que siguieron a Adam Smith y cuya trascendencia va más allá de la Economía y alcanza la esfera política y social.
La Gran Depresión que golpeó al mundo en la década de los 30 del siglo pasado abrió de par en par las puertas a un nuevo paradigma de la disciplina, las ideas keynesianas, que, con una perspectiva centrada en el rol de la demanda, legitimaba la intervención del Estado para estabilizar la Economía. Dado que las fuerzas del mercado, por sí mismas, no son capaces de conducir a un equilibrio en el mercado de trabajo con ausencia de desempleo involuntario, el sector público se encontraba en posición de corregir estos desequilibrios mediante la estimulación de la demanda efectiva a través de políticas —monetarias, de rentas y, fundamentalmente, fiscales— expansivas. Una segunda consecuencia de la revolución keynesiana fue la preponderancia de la Macroeconomía —una Macroeconomía basada, en ese momento, en hechos estilizados que inspiraban relaciones teóricas agregadas—.
La primera crisis del petróleo, muy vinculada a la coyuntura de Oriente Medio, abrió paso a un periodo de convivencia de desempleo e inflación, en el que empezaron a evidenciarse las limitaciones del Keynesianismo. El grado en el cual el golpe sufrido por las políticas de estabilización y el compromiso con el pleno empleo obedecen a la constatación de estos límites y no a factores políticos o ideológicos, como el triunfo de bloques conservadores en algunas de las plazas políticas más relevantes de Occidente (como Estados Unidos o Reino Unido) o el comienzo del desmoronamiento del bloque soviético resulta todavía objeto de una interesante discusión. Por motivos obvios, no se tratan aquí estas cuestiones.[1]
En cualquier caso, esta época asiste al inicio de un nuevo cambio de paradigma en el que la Macroeconomía y la Microeconomía vuelven a encontrarse. Sin embargo, en esta reconciliación, la segunda actúa como marcapasos de la primera, guiada por la revolución de las expectativas racionales. Directamente vinculada a la tradición microeconómica de construcción de modelos que capturasen los comportamientos de los agentes económicos y su reacción a los cambios en las restricciones que estos enfrentan cuando tratan de maximizar su bienestar, la escuela de las expectativas racionales comienza a desarrollar una visión, que se configurará como la corriente dominante, en la cual todo modelo macroeconómico debe contar con fundamentos microeconómicos sólidos para ser tomado en consideración en los círculos académicos. El principal eje del nuevo paradigma, que afectaría en gran medida a la interpretación dada a la síntesis Neoclásico-Keynesiana sería que las políticas expansivas —fundamentalmente, las fiscales— resultan un instrumento inapropiado para afrontar las crisis. En el mejor de los casos, serían capaces de alterar el nivel de producción y desempleo a corto plazo, pero, a medio plazo, el resultado sería una mayor inflación y un retorno al output y desempleo iniciales en un marco de rendimientos decrecientes a corto plazo y precios flexibles a medio plazo. En este contexto, la corriente mayoritaria en la Macroeconomía en la academia, en estrecha relación con la Microeconomía, comenzó a organizarse en torno a modelos de equilibrio general à la Debreu, que se irían sofisticando con el tiempo, incluyendo diversos tipos de imperfecciones (como, por ejemplo, la incertidumbre) y mayor nivel de detalle (plasmada, entre otras formas, a través de modelos con individuos heterogéneos). Una segunda parte de los macroeconomistas continuaron confiando en relaciones agregadas respaldadas, al menos de forma global, por mecanismos microeconómicos, mientras que otros continuaron en una tradición fundamentalmente post-keynesiana de modelos que priorizaban en todo momento las relaciones agregadas.[2]
En paralelo a esta evolución de la Macroeconomía, la Microeconomía comenzó a discurrir por un sendero totalmente distinto, abierto fundamentalmente por Gary Becker,: básicamente, el esquema simplificado de la teoría microeconómica estándar (agentes maximizadores de una función objetivo de bienestar en presencia de restricciones) comenzó a extenderse a ámbitos hasta entonces vedados a la Economía y mucho más próximos a la Psicología, la Medicina y, fundamentalmente, la Sociología (Lazear, 2000). El éxito de El Tratado de la Familia (Becker, 1991) abría paso a un camino que, más que la búsqueda de la interdisciplinariedad o la colaboración con investigadores de otras ramas, perseguía cierta “expansión” de la Teoría Económica, guiada, quizá, por el deseo de encontrar de nuevos temas de estudio que resultaran novedosos y originales en el ámbito económico en un entorno académico cada vez más competitivo y en el que el publish or perish comenzaba a constituir el principal leit motiv..
En las últimas dos décadas, se observan dos tendencias que, si bien es posible que no operen en la dirección opuesta a los cambios anteriores, sí que suponen, indudablemente, una transformación de la Economía. La primera de ellas tiene que ver con la denominada revolución empírica de la Economía (Fox, 2016; Smith, 2015; Stevenson y Wolfers, 2012), mientras que el segundo elemento se vincula con la aparente mayor interdisciplinariedad de la ciencia económica.
En efecto, existe evidencia de que el trabajo de carácter aplicado ha incrementado su presencia en las revistas académicas más prestigiosas, que el impacto de la investigación de carácter aplicado es mucho mayor e incluso el salario de los economistas dedicados a la teoría resulta, ceteris paribus, inferior al de los académicos aplicados (Backhouse y Cherrier, 2017a; Biddle y Hamermesh, 2017; Card y DellaVigna, 2013; Hamermesh, 2013). También podemos observar esta tendencia en términos de impacto: en 1980, para una misma área, revista y año de publicación, los trabajos empíricos recibían un 50 % de citas menos que los teóricos; esta brecha no solo se va cerrando de forma progresiva, sino que las investigaciones aplicadas comienzan a recibir más referencias que las de carácter teórico a partir del año 2000 (Angrist, Angrist, Azoulay Ellison, Hill y Lu, 2017a).
De esta forma, la publicación de investigaciones empíricas, fundamentalmente en Microeconomía, habría pasado de fundamentarse en modelos teóricos explícitos a depender de un apropiado “diseño de investigación” que permitiera determinar efectos causales (Angrist y Krueger, 2001; Angrist y Pischke, 2010; Backhouse y Cherrier, 2017b). Si existe un rasgo característico de esta transformación, podría ser el lugar preponderante de los experimentos sociales y de laboratorio, experimentos naturales y cuasi-experimentos como principal elemento para dotar de credibilidad a los ejercicios empíricos, que, habría, incluso, calado en la Macroeconomía (Meyer, 1995; Rosenzweig y Wolpin, 2000; DiNardo, 2008; Duflo, Glennerster y Kremer, 2007; Banerjee y Duflo, 2009; Falk y Heckman, 2009; Fuchs-Schündeln y Hassan, 2016).[3] La caracterización del economista como fontanero que Esther Duflo (2017) realizaba en la conferencia plenaria de la reunión de la Asociación American de Economía en el año 2017 resume con precisión la visión de la disciplina que comparte una gran parte de la academia. Pocos reconocimientos ejemplifican en mayor medida este giro empírico que el premio Nobel de este año, 2019, otorgado a Esther Duflo, Abhijit Banerjee y Michael Kremer, precisamente, por su trabajo en estas áreas. Posiblemente, nos encontramos ante la edición del galardón que más ha privilegiado el trabajo empírico desde la concesión del premio a Simon Kuznets en 1971.
Entre las principales razones para este despegue de la Economía Aplicada se encuentran, en primer lugar, las mejoras tecnológicas, en particular, el incremento del poder de computación. Estas habrían impulsado la vertiente aplicada de la disciplina, mientras que la Teoría Económica no se habría beneficiado en la misma medida de esta transformación (Backhouse y Cherrier, 2017b). El segundo motivo de la reorientación de las prioridades de la investigación y la forma de llevar a cabo la misma se vincula a la disponibilidad de mejores bases de datos. Principalmente, este cambio se materializa, a la espera de las promesas asociadas a los big data, a la utilización masiva de registros administrativos (Chetty, 2012; Meyer, Mok y Sullivan, 2015; Connelly, Playford, Gayle y Dibben,, 2016).[4] En tercer lugar, algunos autores sugieren que los economistas se encuentran mucho más involucrados en cuestiones referentes a la —eminentemente empírica— evaluación de políticas, con una vinculación mucho mayor con instituciones públicas extra-académicas como el Banco Mundial o el Fondo Monetario Internacional, así como con organismos privados interesados en cuestiones empíricas. Asimismo, las prioridades de la financiación pública de la investigación se habrían reorientado hacia cuestiones aplicadas (Backhouse y Cherrier, 2017a, 2017b). La sofisticación y el avance en los métodos empíricos es uno de los responsables, asimismo, de que la extensión de los artículos en las principales revistas de la disciplina se haya triplicado desde los años 70 hasta la actualidad (Card y DellaVigna, 2013, 2014). Al mismo tiempo, se hace evidente que la competencia en la investigación en la disciplina se ha incrementado, como muestra el apreciable descenso de las tasas de aceptación de las revistas de la disciplina y el incremento de los tiempos de evaluación.[5]
Incluso destacados y conocidos críticos de los programas de postgrado en Economía reconocen este mayor énfasis en lo empírico, que observan como una evolución positiva (Colander, 2005b; Colander y Klamer, 1987). El economista laboral David Autor resumía de forma clara, aunque no exenta de cierta autocrítica, esta visión optimista de la evolución de la Economía (Autor, 2017): “Contemporary economics is quite imperfect, but it’s at least guided by evidence, and economists are fully capable of changing their views based on evidence. I do not think the profession actually is nearly as ideological as it was 25 years ago... That’s about as good as social science gets. We’re not working with natural laws that can be as neatly summarized as Newtonian physics”.
No obstante, este giro también habría conllevado elementos negativos, como la persistente falta de pluralismo o el escaso énfasis en la creatividad y el desarrollo del razonamiento económico frente a las herramientas técnicas o estadísticas. Otro elemento negativo de esta evolución, ligado a la necesaria especialización de este trabajo empírico, tiene que ver con el hecho de que, a diferencia de los economistas clásicos, los académicos actuales se encuentran cada vez más alejados del papel de economista como figura intelectual (Colander, 2013; Shiller y Shiller, 2011).
Sin embargo, las críticas más fuertes a esta evolución no proceden precisamente de la heterodoxia, sino algunos de los nombres más destacados de la disciplina, premios Nobel como Angus Deaton o James Heckman. La primera de estas críticas procede, fundamentalmente, de los partidarios de la econometría estructural. De acuerdo con estos autores, el trabajo empírico no guiado directamente por modelos teóricos, entre otras cuestiones, no aportaría conocimiento sustancial sobre los mecanismos subyacentes (Heckman y Urzúa, 2010; Keane, 2010; Nevo y Whinston, 2016). El segundo tipo de ataques que recibe este enfoque tiene que ver con la validez externa de las situaciones experimentales o cuasi- experimentales (Rodrik, 2009, 2015; Roe y Just, 2009; Deaton, 2010; Muller, 2014; Peters, Langbein y Roberts, 2016). Esta segunda crítica abarca cuestiones como los posibles efectos de equilibrio general de las intervenciones o la posibilidad de generalizar políticas muy específicas a entornos sociales y culturales muy distintos.[6]
Asimismo, existe otra crítica alrededor del cada vez mayor nivel de competencia en la disciplina y que se vincula a la desmesurada importancia que cobran en la carrera investigadora las publicaciones en las cinco revistas más importantes de nuestra disciplina (American Economic Review, Econometrica, Journal of Political Economy, Quarterly Journal of Economics y Review of Economic Studies). En particular, las decisiones de contratación y estabilización (tenure) en los departamentos punteros se encuentran basadas casi exclusivamente en la publicación en este selecto catálogo, marginando por completo el resto de aportaciones. En este sentido, cada vez existen más voces dentro de la Economía, tanto ortodoxa como heterodoxa, que alertan de que esta tendencia puede ser un obstáculo a la innovación y una barrera a la entrada de nuevas ideas (Dobusch y Kapeller, 2009; Heckman, Akerlof, Deaton, Fudenberg y Hansen, 2017; Hodgson y Rothman, 1999). Como contrapunto a la visión moderadamente optimista de Autor, en un panel de discusión de la American Social Sciences Alliance 2017, George Akerlof —premio Nobel del año 2001— mostraba su escepticismo acerca de que la tremenda sistematización formal, metodológica y de contenidos de las publicaciones en la actualidad —y, en particular, en las cinco grandes revistas— dejase espacio para investigaciones que no se amoldasen a los criterios establecidos (Heckman et al., 2017): “What I am worried about most of all, is what we don’t see. So, I am worried about the analysis that is never seen, that never becomes a paper and it doesn’t become a paper, because it can’t become a paper. And it can’t become a paper, because that’s not what a paper in economics is all about. I am quite worried about and we know such vacuums exist”.[7]
Un segundo elemento novedoso en la Economía actual se vincula a la aparente mayor colaboración e interacción con otras disciplinas.[8] En este sentido, autores como Robert Schiller, Ernst Fehr, Armin Falk o Samuel Bowles han sido pioneros en la colaboración interdisciplinar que abarcaba el ámbito de las Ciencias Médicas y Ciencias del Comportamiento, en un programa de investigación que enfatiza la multidisciplinariedad que es seguido por cada vez más investigadores y apoyado incluso por instituciones como el European Research Council y numerosos gobiernos europeos. Sin embargo, pese a que en la actualidad no resulta difícil encontrar artículos de economistas en las páginas de Science o Nature, algo impensable hace dos décadas, no se cuenta con evidencia empírica firme en este sentido y que incluso abarca específicamente trabajos relacionados con la Economía Pública (e.g., Mani, Mullainathan, Shafir y Zhao, 2013; Haushofer y Fehr, 2014; Piketty y Saez, 2014). Abordar de forma sistemática las posibles formas de relación de la Economía con otras disciplinas (inter-, multi- y transdisciplinariedad), se encuentra fuera del alcance de este trabajo. Sin embargo, sí que conviene señalar que la Ciencia Económica ha realizado, desde sus comienzos, un viaje no exento de giros y cambios de rumbo.
Desde unos comienzos fuertemente ligados a la filosofía moral, bien retratados por Heilbroner (2000) o Foley (2006), la Economía fue abandonando ese terreno y tratando de aproximarse progresivamente, fundamentalmente a partir del empleo de modelos matemáticos, al modelo de las Ciencias Naturales, ejemplificado, sobre todo, por la Fïsica (Lazear, 2000). En este sentido, al margen de la valoración que pueda realizarse sobre la conveniencia o peajes asociados a este giro, por el que algunos han abogado para otras Ciencias Sociales (e.g., Colomer 2004, 2007) no han sido pocas las voces que han puesto de manifiesto el supuesto aislamiento de la Economía, haciendo hincapié, fundamentalmente, en la escasa referencia a las investigaciones en otras Ciencias Sociales (Pieters y Baumgartner, 2002; Fourcade, Ollion y Algan, 2015). Sin embargo, el reciente trabajo de Angrist, Joshua D., Azoulay, Ellison, Hill y Lu (2017b), que analiza a través técnicas de machine learning los patrones de las citas ente 1970 y 2015 con el objeto de explorar las interrelaciones entre la Economía y otras ciencias, pone de manifiesto no solo la creciente influencia de Ciencia Económica sobre otras disciplinas (incluidas algunas Ciencias Naturales), que los autores atribuyen a la revolución empírica y la mayor credibilidad de la metodología de investigación en Economía.[9] Asimismo, los autores señalan que las referencias, desde nuestra disciplina, a trabajos de otras Ciencias Sociales —especialmente, de Ciencia Política, Psicología y, en menor medida, Sociología— experimentó un incremento sustancial desde 1990.[10] En 2015, nuestra disciplina mostraba una proporción de citas extramuros ya superior a la observada en Psicología, si bien todavía sustancialmente por debajo de los porcentajes que exhiben Sociología o Ciencia Política. En consecuencia, de acuerdo con las últimas evidencias disponible en este ámbito, la caracterización de la Economía como una disciplina que opera de forma aislada no respondería adecuadamente a la realidad. Los estrechos lazos con la Psicología conectan, posiblemente, con los avances en Economía del Comportamiento, mientras que, en el caso de la Ciencia Política, estos vínculos no son probablemente ajenos a la propia trayectoria de esta disciplina, que ha tomado hasta cierto punto la Economía como espejo en su propio viraje metodológico (Colomer; 2004, 2007). De hecho, en los últimos años, han proliferado los trabajos desde la Ciencia Política y la Sociología que recurren a experimentos de laboratorio o incluso de campo en Ciencia Política o Sociología, una aproximación que los economistas importaron de las Ciencias Naturales y popularizada por figuras de la disciplina como los galardonados con el Premio Nobel del año 2019 (Baldassarri y Abascal, 2017; Falk y Heckman, 2009). Por último, conviene señalar que, lamentablemente, contamos con poca información acerca de la relación con la Historia, otra Ciencia Social, o las Humanidades, debido a que se trata de disciplinas en las que el conocimiento se articula en mucha mayor medida que en Economía a través de libros, lo cual, además, dificulta de las labores de medición.
Un punto de extrema relevancia a la hora de valorar este breve viaje por la evolución de la Economía en las últimas décadas tiene que ver, sin duda, con el impacto que la Gran Recesión podría haber tenido en la forma de entender, enseñar y realizar actividad de investigación en Economía. Las reflexiones que se han producido han sido no solo numerosas sino, con frecuencia, de una elevada calidad y realizadas desde prismas metodológicos —y, por qué no decirlo, ideológicos— muy diferentes (Colander et al., 2009; Coyle, 2012; Blanchard et al., 2012; Akerlof et al., 2014). Aunque queda muy lejos del alcance y pretensión de este proyecto realizar un balance sobre los cambios efectivos que se han producido en cada una de las vertientes de la profesión del economista, merece la pena reseñar los esfuerzos realizados por el Institute for New Economic Thinking, think tank con base en Nueva York que financia investigación de frontera sin excluir algunas perspectivas críticas. En particular, resulta de especial interés el proyecto Curriculum in Open-access Resources in Economics (CORE), que pretende forjar un currículo académico de grado que dé cuenta de las complejidades de la economía actual, sin perder de vista la gravedad de la crisis y la incapacidad de la Economía para afrontarla de forma exitosa, y que se encuentra coordinado por Samuel Bowles, Wendy Carlin, Oscar Landerretche y Margaret Stevens (Bowles y Carlin, 2019). Se trata de una iniciativa altamente prometedora, pero, como en toda experiencia piloto, resulta arriesgado derivar conclusiones e implicaciones de la misma (Antón, Jima-González y Paradela-López, 2019).
3. LOS CAMBIOS EPISTEMOLÓGICOS EN LA ECONOMÍA PÚBLICA
Los desarrollos de las bases de la epistemología de la Economía Pública no han permanecido ajenos a las dos tendencias primas que hemos subrayado en las páginas anteriores. Bien al contrario, creemos que nuestra área ejemplifica a la perfección cómo esos principios han permeado la disciplina. La Economía Pública representa un campo de larga tradición dentro de la Economía Aplicada y, naturalmente, se remonta a décadas anteriores al empleo de computadoras y grandes bases de datos. Quizás por las dificultades existentes durante décadas para conocer en la práctica el impacto de las intervenciones públicas con precisión, la Economía Pública concedió un fuerte e indudable protagonismo a una aproximación fundamentalmente teórica. Así, Rosen (1997) señalaba como el principal elemento distintivo de la evolución de la Economía Pública desde los años 70 venía dado por la adopción de la Microeconomía como principal herramienta metodológica en los libros de la materia y Feldstein (2002) subraya el relativo abandono de las políticas fiscales Keynesianas como centro del programa de investigación de esta área. No obstante, incluso textos clásicos como el de Musgrave y Musgrave (1989) trataban de prestar atención a la evidencia empírica, pero reconocían las limitaciones del estado del arte. Así, en relación con las estimaciones empíricas sobre la pérdida irrecuperable de eficiencia asociada a la imposición sobre la renta procedente de la actividad laboral, precisaban que “the results have ranged widely and so far should be viewed as controversial. Methodological issues remain to be resolved and empirical estimation of labor supply is as yet in an early stage” (Musgrave y Musgrave, 1989:293).
Hace más de 15 años, Martin Feldstein (2002) señalaba cómo el foco de la Economía Pública se había desplazado desde la teoría a la práctica entre 1970 y 2000 y la creciente importancia de las investigaciones sobre programas de gasto y la política económica real (con sinergias con, por ejemplo, la Economía de la Educación o la Economía de la Salud) en detrimento de los trabajos centrados en la vertiente impositiva. El que fuese director ejetucivo del National Bureau of Economic Research durante casi 3 décadas atribuía la primera de las tendencias, precisamente, a las mejoras en materia de información estadística y de las herramientas informáticas. Asimismo, estos factores, junto a la expansión del sector público (fundamentalmente, del estado del bienestar) desde los años 70, habría coadyuvado al segundo de los desarrollos mencionados. Resulta sorprendente cómo Feldstein, cuyas reflexiones no se sustentaban en información estadística, sino en (valiosas) intuiciones derivadas de su cotidianidad y praxis académica, apunta con enorme acierto las tendencias que Chetty y Finkelstein (2012), dos de las figuras punteras de la Economía Pública en la actualidad, señalarían una década más tarde con apoyo de estadísticas basadas en los documentos de trabajo del NBER. Los working papers del NBER no solo constituyen, con seguridad, la colección de documentos de trabajo de mayor prestigio de la especialidad, sino que con altísima frecuencia representan la antesala de publicaciones en las mejores revistas del mundo. Si bien el porcentaje de trabajos de Economía Pública no ha experimentado fuertes cambios a lo largo del periodo, pasando de 13,8 a 17,9 % del total de documentos de trabajo del NBER, la evolución que intuía Feldstein resulta evidente. Como se muestra en la Figura 1, dentro de la Economía Pública, mientras que en 1970 menos de 3 de cada 10 trabajos eran de naturaleza empírica, esta proporción se elevaba a más de la mitad 30 años después. En relación con las temáticas abordadas, los resultados también resultan elocuentes, con un descenso importante en las investigaciones centradas en la parte impositiva y un incremento espectacular de los documentos de trabajo sobre cuestiones de gasto y, sobre todo, relacionados con otros temas (fundamentalmente, asociados a políticas e intervenciones públicas en múltiples dimensiones).
Conviene referirse, igualmente, al reciente trabajo de Angrist et al. (2017b), métodos de machine learning para documentar que la Economía Pública fue una de las áreas que experimentó con mayor intensidad este giro empírico. Los trabajos aplicados representaban el 40 % a comienzo de la década de los 90, mientras que suponían más de 6 de cada 10 investigaciones en el año 2015.
Por último, cabe señalar que, en la apasionante introducción que precede la reimpresión del clásico Lectures on Public Economics, un texto que fue la piedra angular de la formación de varias generaciones de economistas dedicados a la Hacienda Pública, Atkinson y Stiglitz (1980/2015) apuntan como caminos para suplementar adecuadamente su trabajo seminal original, entre otras cuestiones el dar cuenta de la impresionante avalancha de trabajos empíricos en el área en las últimas dos décadas. Como Feldstein (2002), Chetty y Finkelstein (2012) o Backhouse y Cherrier (2017a), señalan que este último fenómeno habría respondido precisamente a las mejoras en la cantidad y calidad de las bases de datos, el desarrollo de los métodos econométricos y, añaden, el renovado interés en la obtención de evidencia experimental.
Resulta evidente, por lo tanto, que la Economía Pública y, de modo particular, el análisis del estado del bienestar y los efectos de la imposición no han sido en absoluto ajenos a la creciente importancia del componente empírico. No puede ser de otra manera cuando, en el cambio epistemológico descrito en líneas anteriores, la evaluación de las políticas públicas —uno de los objetivos naturales del área— pasa a convertirse en uno de los focos más importantes de la Economía.[11] Estos elementos conectan con el segundo de los hechos estilizados que tratamos de destacar en este trabajo: la tendencia en la Economía Pública a establecer lazos más estrechos con otras áreas de la disciplina y, también, con otras Ciencias Sociales y Naturales.
En relación al primero de estos dos fenómenos, la colaboración con otras áreas de la disciplina, podemos encontrar la raíz de las sinergias precisamente en los mismos factores que generan la revolución empírica (disponibilidad de bases de datos, avances informáticos y mejora de los métodos econométricos), que convierten la investigación de los efectos de las políticas públicas en el centro de muchas áreas de la Economía. Si bien existían fuertes sinergias con otras áreas de la disciplina, como la Economía Laboral o la Economía del Desarrollo, la revolución empírica mencionada y el abrazo de las herramientas modernas para abordar los efectos causales de las intervenciones van a determinar que exista un fuerte acervo metodológico compartido por la Economía Pública y muchas otras áreas (Economía Laboral, Economía de la Salud, Economía del Desarrollo, Economía de la Educación, etc.), afectadas de forma similar por la revolución empírica y, hasta cierto punto, por la colaboración interdisciplinar.[12] Mientras que en 1990 solo 3 de cada 10 documentos de trabajo aparecían listados en otros campos de la Economía (a través de los códigos de clasificación del Journal of Economic Literature), esta relación ascendía a 9 de cada 10 en 2010 (Chetty y Finkelstein, 2012). La Economía de la Educación, la Economía de la Salud y los temas asociados al envejecimiento poblacional o el bienestar infantil representan aportaciones donde estos autores detectan las mayores sinergias. No debe sorprender que la Economía Pública represente más la regla que la excepción en este sentido, puesto que no solo hay otras áreas que experimentan procesos de shock muy similares, sino que, además, las políticas públicas representan de modo natural uno de los principales objetos originales de la Economía Pública. No es casualidad que las estrellas más rutilantes de esta disciplina —como Raj Chetty, Johnathan Gruber, Amy Finkelstein o Emmanuel Saez, algunos de ellos ganadores de la John Bates Clark Medal— desarrollen su trabajo a menudo en un continuo que abarca temáticas y colaboraciones muy diversas que van desde la imposición a la evaluación de intervenciones educativas en países de renta baja, hasta el punto de que, habitualmente, nos referimos a ellos como microeconomistas aplicados. Un buen ejemplo de la difuminación de estos bordes puede ser cómo resulta factible encontrar trabajos muy similares publicados en revistas de carácter general y de área.[13]
Sin lugar a dudas, un tema especialmente reseñable y de completa actualidad en la que esta revolución de la investigación empírica ha aportado un soplo de aire fresco tiene que ver con la imposición sobre las rentas altas y más concretamente con resultados recientes sobre imposición óptima que cuestionan la visión tradicional tremendamente hostil con el establecimiento de tipos marginales muy elevados (Saez, 2001; Diamond y Sáez, 2011; Saez, Slemrod y Gierz, 2012; Romer y Romer, 2014). Con motivo de algunas medidas propuestas por la congresista demócrata Alexandria Ocasio-Cortez, el final del año 2018 y el comienzo del año 2019 han sido testigos de un inesperado debate acerca de la elevación de los tipos impositivos a niveles similares a los vigentes tras la 2ª Guerra Mundial que pocos habrían augurado unos años antes en Estados Unidos y en el que voces muy cualificadas participan activamente. La reciente e intensa labor de divulgación lleva a cabo por Saez y Zucman (2019), incluyendo acalorados debates públicos con Larry Summers, secretario del Tesoro de los Estados Unidos durante la presidencia de Clinton, en pos de la reinstauración de un impuesto sobre la riqueza, apoyada en todo un arsenal de información estadística e incluso un simulador online orientado al público general, da buena cuenta de estas tendencias.
Posiblemente, de la misma forma, pocos habríamos esperado que en la actualidad existan experimentos de campo a gran escala en distintos países sobre el impacto de la renta básica universal (Arnold, 2018), cuestión parcialmente vinculada a la creciente preocupación sobre los efectos de la automatización y la tecnología sobre el mercado de trabajo (Coppola, 2017). Podemos destacar otros temas en los cuales se han llevado a cabo estudios técnicamente imposible hace décadas, como la movilidad intergeneracional a muy largo plazo, abarcando hasta 4 generaciones (Björklund, Roin y Waldenström, 2012; Lindahl, Palme, Sandgren-Massih y Sjögren, 2014; Adermon, Lindahl y Palme, 2019) o con un detalle geográfico muy elevado (Chetty, Hendren, Kline y Saez, 2014), que han permitido desafiar asentadas creencias como la limitación de las ventajas derivadas de la posición económica inicial a solo dos generaciones o revelar que, dentro de un mismo país, puede existir una heterogeneidad geográfica muy importante en materia de movilidad social. Los recientes resultados en materia de movilidad de los contribuyentes en respuesta a los impuestos podrían constituir otro buen ejemplo de cómo las nuevas fronteras abiertas por el análisis empírico pueden introducir fuertes matices a elementos teóricos bien establecidos en la Economía Pública podrían constituirlo la movilidad de los individuos en respuesta a la imposición (el llamado “voto con los pies”). Kleven, Landais, Muñoz y Stantcheva (2019), en una revisión de próxima aparición en el Journal of Economic Perspectives, señalan que los efectos de la imposición sobre la movilidad son heterogéneos y, en general, de una entidad modesta, hasta el punto de que señalan que no hay una base empírica razonable para reducir la redistribución por estos motivos.
En relación con la colaboración con otras ciencias, creemos que la Economía Pública ejemplifica bien esta imparable tendencia. El trabajo Angrist et al. (2017b) permite documentar, quizás con un rigor cuantitativo inédito, los diálogos de la Economía Pública fuera de las fronteras de la disciplina. En este ámbito, resulta especialmente llamativo que, si bien la Economía Pública se encuentra lejos de otras áreas en relación con la cantidad de citas recibida por parte de otras Ciencias Sociales (Ciencia Política, Sociología y Antropología), desde mediados de los años 90, la Economía Pública constituye el área con más referencias por parte de otros saberes (excluyendo las disciplinas matemáticas, donde el rol de la Microeconomía o la Econometría es incontestable), en particular, Medicina y Salud Pública. En particular, a juicio de Angrist et al. (2017b), este patrón se encuentra posiblemente ligado al creciente protagonismo de la Economía de la Salud y al interés por parte de los investigadores de estas disciplinas de importar métodos cuantitativos procedentes de nuestra área. Desafortunadamente, el trabajo de Angrist et al. (2017b) no proporciona detalles sobre cuáles son los saberes que afectan a cada una de las áreas de nuestra disciplina, de forma que únicamente contamos información detallada sobre la influencia extramuros de la Economía Pública, pero carecemos de las especificidades que caracterizan la relación en sentido inverso.
El llamado imperialismo económico que alababa Lazear (2000) deja paso, quizás, a relaciones de mayor colaboración, más caracterizadas por la simbiosis y menos por la belicosidad, con otras disciplinas, como las Ciencias de la Educación, la Ciencia Política, la Medicina, la Informática, la Biología, la Neurociencia y, sobre todo, la Psicología. Parte importante de la inyección de interdisciplinariedad ha venido de la mano de la Economía del Comportamiento, que ha impregnado tanto aspectos teóricos como empíricos de la Economía Pública. La búsqueda, precisamente, de mecanismos más realistas y plausibles biológicamente para explicar las bases del comportamiento humano en la esfera económica han resultado de forma natural en la existencia de sinergias. En esta línea, Chetty y Finkelstein (2012) señalan que la Economía del Comportamiento constituye uno de los campos pujantes en la Economía Pública, una novedad relevante frente al panorama 20 años antes y uno de los rasgos más destacados en la evolución del área desde 1990. La opinión más extendida en la academia respecto a la relación entre el mainstream y la Economía del Comportamiento afirma que la primera ha integrado la segunda (Winter-Ebmer, 2014; Angner, 2019). Aunque algunos trabajos definen la Economía del Comportamiento en contraposición a análisis donde no tiene cabida la heterogeneidad basados en un agente representativo egoísta, totalmente racional y con perfecta capacidad de previsión, lo cierto es que desde muchas áreas esta caracterización de todo aquello fuera de la Economía del Comportamiento solo puede ser vista como una caricaturización y, en este sentido, autores como Gary Becker o James Heckman habrían constituido máximos exponentes de la Economía del Comportamiento en contraposición de un inmutable corpus ortodoxo (Winter-Ebmer, 2014).[14] Parece ajustarse más a la realidad que el énfasis realizado en relajar los supuestos más simplificadores de los modelos microeconómicos ha sido integrado en una altísima medida por la cúspide de la academia y que, en este sentido, el acceso a las mejores tribunas (revistas) de la especialidad ha sido franco. Por ello, hasta cierto punto, gran parte de nuestra disciplina comparte la visión de que “hoy, todos somos economistas del comportamiento”. Además, no resulta arriesgado señalar que parte de esta integración y acogida de análisis que dejan atrás los supuesto más simples no ha sido independiente, precisamente, del desarrollo metodológico (fundamentalmente, los experimentos aleatorios, de laboratorio y de campo) y las nuevas posibilidades abiertas por los progresos computacionales y el mayor acceso a datos. En el caso de temas vinculados a Economía de la Salud, podemos encontrar investigadores de nuestra área publicando de forma prolífica en revistas de Medicina o Salud Pública y trabajos de autores de estas ramas empleando técnicas cuantitativas importadas desde la Economía de la Salud.[15]
Atkinson y Stiglitz (1980/2015) señalan que, de volver a contar con la oportunidad de reescribir su libro seminal un cuarto de siglo después, este debería dar cuenta de los avances procedentes de la Economía del Comportamiento. En la medida que existan comportamientos que desvíen del modelo microeconómico estándar que subyacía en obras como su manual de 1980 y que estas sean de naturaleza sistemática, la conveniencia de tenerlas en cuenta a la hora de adoptar decisiones de política económica resulta indudable. No obstante, si bien, en ocasiones, algunos de los resultados de la Economía del Comportamiento pueden ser fácilmente modelizados y adaptados, no ocurre así en otros casos. Así, no debe resultar sorprendente que la mayor parte de las aportaciones sean de naturaleza positiva, y la incorporación al cuerpo normativo que representa la Economía del Bienestar enfrente dificultades mucho mayores. Ha habido muchos y valiosos intentos de sistematización como los que se pueden encontrar en Altman (2006), Berhneim y Rangel (2004, 2007a y 2007b), Camerer, Loewenstein y Rabin (2004), Bowles y Hwang (2008), Bernheim (2009a y 2009b), Feurbaey y Schokkaert (2013), Brunnermeir, Simsek y Xiong (2014), Mandler (2014), Bernheim, Fradkin y Popov (2015) o Berhneim y Taubinsky (2018), aunque parece que estemos todavía lejos de haber alcanzado un marco consensuado.
Estas interacciones con la Economía del Comportamiento han tenido lugar en varios campos. El primero de ellos remite a las decisiones de ahorro y jubilación. En esta área, hemos acumulado abundante evidencia acerca de los errores sistemáticos de los individuos en sus decisiones asociados a factores que van desde la falta de capacidad perfecta de predicción y cálculo, inconsistencias temporales en las preferencias y hasta el empleo de métodos de descuento temporal hiperbólico y los problemas de autocontrol. De esta forma, pequeños detalles, por ejemplo, en la forma de presentación de la información vinculada a las políticas concretas, pueden marcar una gran diferencia (Duflo y Saez, 2003; Duflo, Gale, Liebman, Orszag y Saez, 2006, 2007; Thaler y Sunstein, 2008; Saez, 2009).
Un segundo elemento de interés, relacionado con el anterior, hace referencia a recientes resultados sobre la imposición de gran relevancia para el diseño de las políticas públicas. Por una parte, podemos destacar investigaciones que analizan los efectos de los impuestos sobre sustancias adictivas, en los cuales estos pueden potencialmente incrementar el bienestar de los contribuyentes y consumidores, con preferencias que no son consistentes en el tiempo y problemas de autocontrol, o generar resultados de incidencia impositiva distintos a los esperados (Gruber y Kőszegi, 2004; Gruber y Mullainathan, 2005; Bernheim y Rangel, 2005; Alcott, Lockwood y Taubinsky, 2019). En este ámbito, otro interesante resultado tiene que ver con cómo el diseño de los impuestos y su percepción por parte del contribuyente, en particular, lo que se ha dado en llamar grado de prominencia de los impuestos (tax salience) afecta de modo sustancial a la incidencia económica del tributo, cuestionando el supuesto de irrelevancia de la incidencia legal de los impuestos (Chetty, Looney y Kroft, 2009; Saez, Matsaganis y Tsakloglou, 2012; Congdon, Kling y Mullainathan, 2011)
Un tercer ámbito en el que es posible destacar las contribuciones relacionadas con la Economía del Comportamiento, en estrecha colaboración con otras ramas como la Medicina, la Psicología o las Neurociencias, tiene que ver con el estudio de la pobreza. Existe creciente evidencia empírica que apunta que las personas en situación de privación ven disminuida su capacidad cognitiva, como resultado de que la precariedad material ejercería efectos negativos sobre la salud mental (por ejemplo, estrés) y gatillaría procesos de decisiones guiados por una adopción de riesgos subóptima y miopía intertemporal (Bertrand, Mullainathan y Shafir, 2004; Mani et al., 2013; Haushofer y Fehr, 2014). Estas aproximaciones contribuirían a explicar por qué es tan complicado romper el círculo de la pobreza.
Un último ámbito en el que podemos destacar las aplicaciones de la Economía del Comportamiento a los temas que tradicionalmente ha abordado la Economía Pública tiene que ver con la relevancia de comportamientos altruistas, reciprocidad, interacciones sociales y motivaciones intrínsecas. Esta abundante literatura señala cómo la percepción de justicia del sistema fiscal afecta al grado de evasión de las obligaciones tributarias (Andreoni, Erard y Feinstein, 1998; Slemrod, 2007; Mascagni, 2018), la relevancia del comportamiento de los pares en la participación en programas sociales, planes de ahorro o en el fraude fiscal (Duflo y Saez, 2002, 2003; Fortin, Lacroix y Villeval, 2007; Åslund y Fredriksson, 2009; Hesselius, Johansson y Nilsson, 2009; Linnan, Fisher y Hood, 2013; Dahl, Løkeny Magne Mogstad, 2014; Paetzold y Winner, 2016; Pruckner, Schober y Zocher, 2017; Godøy y Dale-Olsen, 2018), la financiación de bienes públicos (Fehr y Smith, 2006; Meier, 2007; Congdon, Kling y Mullainathan, 2011; Gneezy, Meier y Rey-Biel, 2011; Rand, Yoeli y Hoffman, 2014) o la importancia de tener en cuenta las motivaciones intrínsecas de los ciudadanos, con el objetivo de que, en el momento de diseñar intervenciones públicas, privilegiar los incentivos extrínsecos que refuercen este tipo de preferencias (Bowles y Hwang, 2008; Gneezy, Meier y Rey-Biel, 2011; Bowles y Polanía-Reyes, 2012).
No solo la literatura académica ha experimentado un fuerte auge, sino que constatamos que las instituciones internacionales y autoridades nacionales han realizado un enorme esfuerzo para tratar de integrar los resultados de la investigación reciente en el diseño de las políticas públicas, principalmente, en materia de imposición. En este sentido, cabe destacar el informe de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) sobre aplicaciones concretas llevadas a cabo en diferentes países (Organization for the Economic Co-operation and Development [OECD], 2017), que cubre aspectos que van desde la evasión fiscal o los transplantes de órganos a la regulación de las telecomunicaciones y el medio ambiente y las excelentes revisiones, centradas en los aspectos tributarios, llevadas a cabo por el Instituto de Estudios Fiscales británico (Leicester, Level y Rasul, 2012), los informes del Behavioral Insights Team, creado por el gobierno de este mismo país con la finalidad de asesora al gobierno en la aplicación los nuevos desarrollos de la Economía del Comportamiento al diseño de las políticas públicas (véase, por ejemplo, Behavioral Insights Team, 2019) o los trabajos de revisión, orientados en la misma dirección, desde el gobierno de Irlanda (Purcell, 2016), la provincia canadiense de Ontario (Behavioral Insights Unit, 2018) o la Comisión Europea (Weber y Fooken, 2014).
4. PROPUESTAS Y REFLEXIONES SOBRE LA INTRODUCCIÓN DE LOS CAMBIOS EPISTEMOLÓGICOS EN LA DOCENCIA DE LA ECONOMÍA PÚBLICA
4.1 CONSIDERACIONES GENERALES
Parece razonable que la práctica docente en las asignaturas vinculadas a nuestra área y, muy especialmente, Economía Pública y asignaturas vinculadas al análisis del estado del bienestar (presentes en otras titulaciones de grado de Ciencias Sociales) recojan gran parte del acervo de progresos y cambios experimentados por la disciplina en las últimas décadas. No obstante, integrar todas las novedades asociadas a la revolución empírica y la colaboración con otras disciplinas en la docencia de la Economía Pública representa un indudable desafío. Nuestra perspectiva y selección de recursos incorpora inevitablemente subjetividad y tratamos de ofrecer una serie de sugerencias, acotadas y que, en todo caso, pueden ser suplementadas por el docente con las referencias señaladas en el apartado anterior. De esta forma, en primer lugar, realizamos una serie de reflexiones para reflejar en la docencia de grado, las cuestiones anteriormente mencionadas. En segundo término, tratamos de plantear unas pautas similares para el caso de un curso de postgrado.
En cualquier caso, este ejercicio está sujeto a algunas limitaciones. En primer lugar, aunque, desafortunadamente, esta revista sea el único foro que enlaza docencia y Economía en nuestro país, el foco de las reflexiones en estas páginas gravita alrededor del diseño de un curso en Economía Pública, el leit motiv de la revista. No cabe duda del interés que un ejercicio de estas características para otras materias ¾especialmente, aquellas de carácter introductorio¾, que necesariamente quedan fuera de estas páginas. En cualquier caso, remitimos al lector interesado en estas cuestiones al monumental esfuerzo que ha realizado el proyecto CORE en la elaboración de materiales de este tipo para cursos introductorios de Microeconomía, Macroeconomía o Política Económica (CORE in Economy, Society, and Public Policy [ESPP] Team, 2018; CORE Team, 2017). Como señalamos en páginas sucesivas, creemos que estas iniciativas representan modelos a seguir, aunque, desafortunadamente, los outputs de este proyecto no hayan abarcado aún la docencia en Economía Pública. En segundo término, las reflexiones que presentamos en este trabajo se refieren, fundamentalmente, al currículo de contenidos de la asignatura. En este sentido, estimamos, que es razonable centrarnos en este aspecto en estas páginas, sin abordar las posibles estrategias concretas de enseñanza-aprendizaje que puedan desplegarse en la docencia. La elección de unas u otras metodologías dependerá de las competencias a evaluar y, a su vez, afectará decisivamente a selección de las herramientas de evaluación (De Miguel et al., 2006). Aunque la elección de contenidos no resulta en absoluto independiente del diseño de las competencias, consideramos que estas cuestiones, razonablemente, no forma parte de los objetivos del trabajo.[16] Asimismo, las decisiones sobre estos últimos aspectos se encuentran sujetas a restricciones (como entre otras, el número y perfil de los estudiantes) en mucha mayor proporción que las vinculadas a la elección de contenidos. Por último, cabe señalar que esbozar un proyecto docente completo de siquiera una asignatura, que comprenda desde orientaciones específicas hasta actividades concretas parte de las estrategias de enseñanza-aprendizaje (por ejemplo, lecturas concretas), pasando por sugerencias sobre los instrumentos de evaluación, queda necesariamente fuera del alcance de estas páginas. Nuestro propósito es más modesto: tratar de proporcionar unas orientaciones generales para que la docencia incorpore los dos elementos fundamentales de los cambios acaecidos en la disciplina.
4.2 LA DOCENCIA DE GRADO
Afortunadamente, a tenor de menú de recursos bibliográficos disponibles, no parecen correr malos tiempos para el profesor del área interesado en ofrecer a sus estudiantes un curso de grado que refleje el estado del arte. En primer término, a nuestro entender, resulta pertinente señalar que otras áreas de la Economía han reflejado de forma muy satisfactoria las tendencias descritas con anterioridad. Así, en Econometría, contamos con conocidos superventas como Mostly harmless Econometrics (Angrist y Pischke, 2008) y su secuela Mastering ‘Metrics (Anrgist y Pischke, 2014); en Economía Laboral, es muy reseñable en enfoque de Boeri y van Ours (2013) y Borjas (2015) y, en Economía del Desarrollo, aparecen nuevos manuales como el de Söderbom, Teal, Eberhardt, Quinn y Zeitlin (2014). Los autores del célebre Repensar la pobreza (Banerjee y Duflo, 2016) proponen incluso emplear su libro para la docencia en la primera de las áreas mencionadas y realizan algunas propuestas en este sentido. Otro inspirador cambio en la misma línea viene de la mano del mencionado CORE, que ha desarrollado dos libros de introducción a la Economía (CORE ESPP Team, 2018; CORE Team, 2017) que, precisamente, abogan y abundan en el empleo de la evidencia empírica, mayor realismo y relaciones con otras Ciencias Sociales para la docencia de los estudiantes que comienzan a dar sus primeros pasos en la disciplina. Otros textos contemporáneos parecen apostar precisamente por los mismos principios (e.g., Acemoglu, Laibson y List, 2018) e incluso encontramos una notable presencia de cuestiones ligadas a la Economía del Comportamiento en las últimas ediciones de textos introductorios ya clásicos (e.g., Mankiw, 2018).[17]
Aunque los cambios y novedades que hemos presenciado en las últimas dos décadas resultan muy reseñables, cabe decir que los principales textos de referencia en Economía Pública disponibles en el mercado internacional han envejecido razonablemente bien, puesto que las nuevas ediciones tienden a incorporar en cada vez mayor medida el gran cuerpo de evidencia empírica disponible y distintos resultados procedentes de la Economía del Comportamiento. En primer lugar, merece la pena señalar que, en justicia, textos tradicionales que no se han actualizado, como el de Musgrave y Musgrave (1991), ya prestaban atención a la mucho menos abundante evidencia empírica disponible, centrada sobre todo en Estados Unidos. Además, las nuevas ediciones de libros clásicos como Hindricks y Myles (2013), James y Nobes (2018) o Stiglitz y Rosengard (2016) y otros con una trayectoria más corta (Jha, 2009; Hillman, 2009; Hyman, 2013; Seidman, 2008; Ulbrich, 2011) prestan atención a la evidencia proporcionada por la Economía del Comportamiento a lo largo de las últimas décadas. La revolución empírica descrita en páginas anteriores ha tenido un reflejo diáfano en textos como los de Gruber (2019), Jha (2009) y Rosen y Gayer (2013), que, desde el primer momento, exponen al lector a las dificultades para distinguir entre correlación y causalidad, describen los métodos básicos de aproximación a los problemas empíricos, proporcionando incluso nociones introductorias sobre la evidencia experimental y cuasi-experimental.[18] Mientras que Rosen y Gayer (2013) constituye un excelente ejemplo de un clásico renovado a partir de los efectos de la pujanza del empirismo, el manual de Gruber (2019) constituye un acabado ejemplo de un manual de un especialista en Economía Pública de primer nivel, tanto en el terreno teórico como en el empírico e incluso como asesor político (recuérdese su rol central en el diseño del Obamacare). Su obra proporciona bases teóricas, pero, además, ofrece al estudiante una excelente ventana al proceso de realización de la investigación de carácter empírico en Economía Pública.
Es obvio que proporcionar a los estudiantes las bases del análisis empírico constituye una cuestión que desborda los límites de la Economía Pública. En este sentido, somos firmes partidarios de que la enseñanza de la Econometría debería fundamentarse, al menos parcialmente, en el enfoque de textos como los de Angrist y Pischke (2008, 2014), que privilegian las explicaciones intuitivas para acercar al estudiante a la aplicación de la Econometría en el mundo real, en lugar de recurrir a otras aproximaciones más centradas en demostraciones y álgebra matricial. No obstante, esta circunstancia queda en muchas ocasiones fuera de nuestro control, por lo que, creemos, los capítulos 2 y 3 del manual de Gruber (2019), orientados a describir las herramientas teóricas y empíricas de la Economía Pública moderna (incluida una breve introducción a los métodos de evaluación experimentales y cuasi-experimentales), son una excelente opción para abrir cualquier curso a nivel de grado. La lectura de los artículos de Angrist y Krueger (2001), Angrist y Pischke (2010) y Duflo y Banerjee (2009) sobre cómo se estructura la investigación empírica en la actualidad puede resultar, asimismo, de utilidad para los estudiantes.
Asimismo, centrándonos en mayor medida en contenidos concretos, creemos que el texto de Gruber (2019) puede constituir un excelente punto de partida para organizar la asignatura. Rosen y Gayer (2013) y Stiglitz y Rosengard (2016) pueden representar complementos y, en el primer caso, constituir una alternativa más clásica.[19] Por su parte, Barr (2012), James y Nobes (2018) y Smith, Le Grand y Propper (2008) pueden resultar de utilidad para proporcionar una perspectiva más “europea” en el tratamiento de algunos temas (especialmente, determinados programas de gasto social separados por enormes diferencias a ambos lados del Atlántico). Además, el último texto, por su sencillez, resulta un recurso interesante para la docencia en titulaciones de Ciencias Sociales diferentes a Economía. Si, desafortunadamente, los estudiantes presentan dificultades para acceder con garantías a textos en inglés, no cabe duda de que los dos volúmenes de Albi, González-Parámo, Urbanos y Zubiri (2017a, 2017b) significan una referencia ineludible en castellano, en particular, si queremos proporcionar al estudiante una descripción actualizada del contexto institucional de nuestro país. A nuestro juicio, el manual de Gruber (2019), aunque evidentemente dirigido a un público estadounidense, conjuga perfectamente una exposición accesible de la teoría, una gran cantidad de ejemplos tomados de investigaciones reales y una presentación actualizada de la evidencia empírica existente. En este sentido, el profesor que comparta nuestro enfoque posiblemente solo precisará suplementar el libro con algunas evidencias adicionales más actualizadas en aspectos que el docente desee enfatizar, referencias procedentes del Journal of Economic Perspectives o el Annual Review of Economics (como los comentados en el apartado anterior) sobre temas en los que desea profundizar y, quizás, incorporar el tratamiento de algún tema que se omite, como la movilidad intergeneracional del ingreso (que, aunque se omite en la práctica totalidad de los manuales, sí se recoge en Stiglitz y Rosengard, 2016). Asimismo, el tratamiento de la prominencia fiscal, que solo aparece brevemente mencionado en este manual, puede ampliarse de cara a un alumnado de grado siguiendo a Congdon, Kling y Mullainathan (2011). En el terreno impositivo, en estrecha vinculación con el debate sobre la imposición progresiva de candente actualidad en los países desarrollados, sobre en Estados Unidos, el simulador online de efectos de la política fiscal sobre la desigualdad (https://taxjusticenow.org) vinculado al reciente libro de divulgación de Saez y Zucman (2019) constituye un recurso tan valioso de cara a la conexión entre teoría y aplicaciones, beneficiándose de los avances propiciados por la revolución empírica. Aunque, desafortunadamente, se trata de una aplicación web centrada en la realidad estadounidense, se trata de una herramienta totalmente accesible a estudiantes de grado (y al público en general) y que, por su foco en cuestiones distributivas, puede resultar atractivo para nuestra audiencia en las aulas.
En relación al tratamiento de los resultados vinculados a la interacción de la Economía Pública con otras disciplinas, cabe reseñar que tanto el manual de Gruber (2019) como el de Stiglitz y Rosengard (2016) ofrecen una perspectiva transversal, en la que, en cada tema específico, se expone al lector a los frutos de la investigación empírica de la Economía del Comportamiento. Creemos que este enfoque resulta el más apropiado y resulta más convincente que destinar un capítulo o grupo de unidades didácticas a estos nuevos desarrollos, sin una fuerte conexión con el resto del contenido del curso, como ocurre en el caso de Hindricks y Myles (2013) o Tresch (2015), entre otros. Proponemos, en la línea la discusión llevada a cabo en la sección anterior, que el curso aborde, al menos, los siguientes elementos:
- En relación con la imposición, puede hacerse referencia la prominencia impositiva al abordar la incidencia de los impuestos, el impacto de la percepción de justicia fiscal y los efectos sociales (peer effects) en la evasión tributaria y las peculiaridades del gravamen de sustancias adictivas.
- El análisis de los programas de jubilación (y, parcialmente, de la asistencia sanitaria) puede relacionarse con las investigaciones relacionadas con la inconsistencia temporal de las preferencias, los efectos sociales y otras formas de comportamientos irracionales predecibles.
- El abordaje de los bienes públicos, sin duda, puede ponerse en relación con los estudios acerca de la existencia de preferencias sociales.
- La participación en programas sociales y sus posibles efectos negativos asociados al riesgo moral pueden dar pie a comentar las investigaciones relacionadas tanto con la presencia de efectos sociales o la necesidad de establecer incentivos que no desplacen las motivaciones intrínsecas de los individuos.
- El estudio de cuestiones relacionadas con la pobreza y la desigualdad es susceptible de ser conectado no solo, nuevamente, con cuestiones relativas a las preferencias sociales sino, también, con los resultados que hacen referencia a los efectos psicológicos de las situaciones de privación y su relación con la “trampa de la pobreza”.
Prácticamente todo este material aparece cubierto con gran solvencia por el manual de Gruber (2019) —muy actualizado, al contar con 6 ediciones en 12 años—, con la excepción de, quizás, del tratamiento de los efectos e interacciones sociales y algunos recientes avances en materia del impacto de la pobreza en la toma de decisiones.
Una buena estrategia para tratar de alimentar el currículum de los resultados de esta literatura a nivel de grado podría nutrirse de la utilización extensiva de ejemplos que presentados en el informe de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OECD, 2017), que pueden ser discutidos y comentados en clase por profesor y estudiantes o incluso dar lugar a la realización de debates y realización de pequeños trabajos en grupo en los que se analicen las bases de las propuestas a la luz de los contenidos del curso de Economía Pública.[20] Entre los temas a tratar, creemos que cuestiones y ejemplos relacionadas con la prominencia fiscal o el debate sobre el impuesto sobre las bebidas azucaradas, de gran actualidad, pueden ser particularmente atractivos para los estudiantes.
Una estrategia complementaria en la enseñanza de la Economía Pública, que hemos ensayado con cierto éxito (Antón, 2011b), pasa por la proposición de lecturas voluntarias de libros de divulgación a los estudiantes, ofreciendo una mayor calificación como incentivo. Con el fin de enfatizar la necesidad de sustanciar las políticas públicas en la evidencia empírica, podemos incluir dentro del listado de lecturas propuestas títulos como The Natural Survival of Work (Cahuc y Zylberberg, 2006), El negacionismo económico Un manifiesto contra los economistas secuestrados por su ideología (Cahuc y Zylberberg, 2006) y Repensar la pobreza (Banerjee y Duflo, 2016). Asimismo, en relación con la economía del comportamiento y la interdisciplinariedad que caracteriza a parte de la investigación de frontera en Economía, sugerimos títulos como Un pequeño empujón (Thaler y Sunstein, 2011), Policy and choice. Public Finance through the lens of Behavioral Economics (Congdon, Kling y Mullainathan, 2011), Pensar rápido, pensar despacio debate (Kahneman, 2016), The New Economics of Inequality and Redistribution (Bowles, 2012), Escasez. ¿Por qué tener muy poco significa tanto? (Mullainathan y Shafir, 2016) o The moral economy: Why good incentives are no substitute for good citizens (Bowles, 2016).[21]
Desde un punto de vista que entraña mayor subjetividad, podemos añadir algunas consideraciones relativas al tratamiento del estado del bienestar en los cursos de Economía Pública y que tienen relación con los dos elementos que centran estas páginas, la relevancia de la evidencia empírica y los nuevos desarrollos procedentes de otras disciplinas. Como señala Atkinson (1999a), los economistas han sido mayoritariamente críticos con el estado del bienestar, en particular, a partir, como se ha mencionado, de la preponderancia de las prescripciones de los modelos microeconómicos estándar.[22] La acumulación de evidencia empírica ha puesto de manifiesto que, posiblemente, parte de estas críticas han sido exageradas, puesto que en muchos estudios microeconómicos de carácter aplicado no se encuentran impactos negativos de entidad de algunas de las intervenciones cuyo impacto se presumía negativo y, asimismo, los análisis macroeconométricos no permiten distinguir los mecanismos subyacentes en numerosas ocasiones.[23] De esta forma, podemos señalar varios ejemplos en los que la revolución empírica ha alterado en gran medida el análisis del estado del bienestar. Otra muestra de cómo la investigación ha evolucionado puede ser el estudio de los efectos de las prestaciones de desempleo, donde se ha pasado de una fuerte crítica basada en correlaciones macroeconómicas plagadas de problemas de endogeneidad a evaluaciones microeconómicas que encuentran efectos negativos limitados en el empleo incluso un impacto positivo en otras variables, como la calidad de los emparejamientos posteriores en el mercado de trabajo.[24]
En este sentido, de cara a la docencia en cursos de grado, somos partidarios de seguir la propuesta de Colander (2005b) para los cursos de introducción a la Microeconomía, en línea con algunas de las últimas reflexiones de Atkinson (2014, 2016), en virtud de la abundante evidencia empírica y los nuevos resultados que arroja continuamente la investigación, quizás fuera necesario considerar la posibilidad de un menor énfasis en la eficiencia en la docencia de la Economía Pública a estos niveles. No debemos perder de vista que, aun incluso en presencia de pérdidas de eficiencia asociadas a las políticas públicas, no es posible abordar la evaluación de los trade-offs entre eficiencia y equidad sin funciones de bienestar social que incorporen juicios de valor (Arrow, 2012). A la luz de los resultados de la explosión de la investigación empírica y de las turbulencias sociales en Occidente en la última década, derivadas de la Gran Recesión y de los impresionantes desafíos que plantean la globalización y los cambios tecnológicos, como señala Atkinson (2014), cobra más sentido que nunca que los economistas expongan y describan las distintas alternativas de política económica de forma que la ciudadanía sea capaz de tomar decisiones colectivamente de forma informada.
4.3 LA DOCENCIA DE POSTGRADO
Diseñar con detalle un curso avanzado de máster o doctorado en Economía Pública queda fuera del alcance de este trabajo. No obstante, en estas páginas, queremos ofrecer algunas reflexiones que pueden resultar útiles para esta tarea. En primer lugar, y teniendo presente que los autores no impartimos cursos de Economía Pública a este nivel, dado que los principales ejes del artículo (la revolución empírica y la relación con otras ciencias) son factores que operan, fundamentalmente, en la frontera del conocimiento y la docencia en los postgrados no acostumbra a estar alejada de los últimos avances, el número de cuestiones que pueden precisarse resulta necesariamente más reducido.
Un examen detenido del contenido de los programas de la asignatura Economía Pública a nivel de postgrado (Máster en Europa y Doctorado en Estados Unidos) en instituciones de prestigio —tomando como ejemplos los cursos impartidos por Emmanuel Saez (2019) en la Universidad de California en Berkeley, Raj Chetty (2019), en la Universidad de Harvard— revela que no solo la existencia de muchos elementos comunes, sino, también, un fuerte reflejo de elementos empíricos y avances vinculados a la Economía del Comportamiento que se han explorado en páginas anteriores. La lista de temas abordados en los cursos resulta muy similar y cercanos a los que recoge cualquier libro de la especialidad, cubriendo, tras ofrecer una introducción con algunas bases teóricas, un tratamiento de distintos tipos de imposición y de diferentes programas de gasto público (fundamentalmente, gasto social).[25] Es más interesante detenerse en el tratamiento de cada una de las unidades didácticas en las que continuamente se hace énfasis tanto en la teoría como en la evidencia empírica, haciendo hincapié en las estrategias de identificación empleadas en la literatura reciente para contestar a las principales preguntas de interés.
En estos cursos de postgrado y en otros similares, en instituciones de prestigio europeas, los recursos bibliográficos de la asignatura proceden, fundamentalmente, de artículos de investigación en las mejores revistas de nuestra disciplina. Clásicos como Atkinson y Stiglitz (1980/2015) o Myles (1995) —y, en materia imposición, Salanié (2011)— ofrecen una excelente base teórica y deben constituir referencias iniciales ineludibles para un curso a nivel avanzado.[26] Sin embargo, los principales ingredientes del curso deberían proceder de dos fuentes. La primera de ellas viene dada por las revisiones de literatura, que incluyen, además. discusiones de las estrategias empíricas que dan lugar a la evidencia existente. En este ámbito, fundamentalmente, cabe destacar los 5 volúmenes de los Handbooks of Public Economics (Auerbach, Chetty, Feldstein y Saez, 2013; Auerbach y Feldstein, 1985, 1987, 2002b, 2002b) y, específicamente en materia impositiva, el Informe Mirlees (Adam et al., 2010; Mirrlees et al., 2011). Dada la fecha de publicación de los diferentes volúmenes, en algunos temas, las contribuciones en los Handbooks of Public Economics precisan, lógicamente, una actualización que cubra la literatura de las últimas dos décadas, ya que, en algunos casos, las novedades pueden ser muy relevantes. Algunos ejemplos pueden ser el efecto de la imposición en la oferta de trabajo, la incidencia fiscal, la imposición sobre capital y riqueza o el efecto de los impuestos sobre el ahorro. Como señala Ayala (2014) en su revisión sobre la serie, esta recoge la propia evolución mencionada en estas páginas sobre los trabajos empíricos y la influencia de la Economía del Comportamiento. Una vía natural para complementar estas revisiones son los trabajos más recientes publicados en el Journal of Economic Literature y el Journal of Economics Surveys. Asimismo, sobre el tratamiento de programas de gasto específicos (en el volumen 4 de los Handbooks of Public Economics, de 2002), si el docente pretende profundizar en determinadas áreas de actuación del estado del bienestar, una estrategia plausible es recurrir a los Handbook of the Economics of Education y Handbooks of Health Economics.[27] Asimismo, el tratamiento de temas vinculados a la pobreza y la desigualdad puede beneficiarse de referencias específicas a los Handbooks of Income Distribution y Handbooks of Development Economics y, para cuestiones vinculadas al impacto de los impuestos sobre la oferta de trabajo o el rol de políticas actividas y pasivas de empleo, los Handbooks of Labor Economics representan un gran activo. La segunda de las fuentes que conviene tener en cuenta para el diseño de un curso de postgrado se vincula a los resultados empíricos más recientes. El tratamiento de la Economía Pública a este nivel, teniendo en cuenta la senda de publicación de las investigaciones académicas actuales (discutida en la tercera sección del artículo) hace evidente que debe existir una cobertura y énfasis en las técnicas de evaluación y las estrategias de identificación superior a la que podía constatarse décadas atrás. La opción que creemos más acertada, en línea con los programas de los autores mencionados anteriormente consiste en emplear como lecturas de carácter obligatorio artículos académicos recientes de especial relevancia o influencia. Obviamente, un abordaje adecuado por parte de los estudiantes requiere un nivel de conocimientos econométricos mínimos, por ejemplo, al nivel del libro de Angrist y Pischke (2008), con los que, entendemos, debería contar el estudiante de postgrado.
5. CONCLUSIONES
A lo largo de las páginas anteriores, hemos argumentado que, lejos de constituirse como una Ciencia Social de carácter monolítico, la Economía ha experimentado evidentes cambios durante las últimas dos décadas. En particular, el trabajo se ha centrado en el evidente giro empírico y mayor colaboración interdisciplinar en la forma de “hacer Economía”. Si, como señalaba Jacob Viner, la Economía consiste en “lo que hacen los economistas” (Backhouse, Middleton y Tribe, 1997) resulta innegable que hemos sido testigos de cambios relevantes. Hemos destacado esta evidente evolución ha alcanzado a la Economía Pública, que ejemplifica adecuadamente muchos de los mencionados elementos de cambio, que se reflejan incluso en los principales manuales del campo. No solo parece que nos encontramos en un momento histórico extraordinariamente interesante para dedicarse a la investigación en Economía Pública, sino que, afortunadamente, contamos con sobrados recursos para formar a los estudiantes de grado y postgrado haciendo que las mencionadas tendencias ocupen un lugar central. Los desafíos a los que nos enfrentamos en la actualidad, asociados a los todavía inciertos efectos de los cambios tecnológicos sobre el empleo y la desigualdad, unidos a algunas de las turbulencias macroeconómicas relacionadas con la estabilidad presupuestaria y las cicatrices de la crisis económica, hacen que nos encontremos ante una tarea de indudable interés, pero que implica, al mismo tiempo, una evidente responsabilidad.
Cabe mencionar que existen otros aspectos que no hemos analizado en este trabajo y que pueden señalarse como futuros temas de investigación o, al menos, detenida reflexión. Entre ellos, podemos apuntar el lugar que ocupan, en el actual contexto académico y docente, temáticas como la desigualdad, las migraciones internacionales, el cambio climático o, más específicamente, los desafíos que otorgan a la Economía Pública Internacional un papel fundamental. Asimismo, no hay duda del indudable interés que entraña enjuiciar hasta qué punto la evolución en la forma de investigar y enseñar en nuestra disciplina ha satisfecho las demandas de reforma dentro y fuera de la ortodoxia, incluidas las de nuestros estudiantes.
Notas
[1] El número de referencias sobre estas cuestiones resulta inabarcable. Entre otras obras, sin ánimo de exhaustividad y para mantener cierta pluralidad, pueden consultarse Blaug (1997), Backhouse (2002), Sandmo (2011) y Hunt y Lautzenheiser (2015).
[2] Ejemplos del primer tipo de enfoque pueden ser Carlin y Soskice (2006, 2015), mientras que entre los autores autores del segundo tipo podríamos citar a Taylor (2004) y Lavoie (2014).
[3] Este nuevo enfoque, mucho más pragmático y aplicado que el de décadas anteriores, se habría plasmado en libros de Econometría, como los de Angrist y Pischke (2008, 2014), muy alejados de los textos tradicionales repletos de demostraciones teóricas basadas en lenguaje matricial.
[4] Un ejemplo ilustrativo de la investigación actual puede ser el trabajo de Dustmann y Landersø (2018), sobre los peer effects de las actividades criminales. Los autores combinan datos, a nivel individual, procedentes de registros administrativos demográficos, laborales y penales para demostrar cómo la realización de actividades criminales por parte de individuos del entorno incrementa la probabilidad de que un individuo se involucre en el mundo del crimen y dichos efectos no se explican por las características del vecindario, sino que puede afirmarse la existencia de causalidad. En este caso concreto, el análisis estadístico pasa, simplemente, por pruebas estadísticas de igualdad de medias y, al margen del sagaz diseño de la investigación, absolutamente todo el trabajo pasa por el trabajo de enlace, depuración y preparación de las bases de datos.
[5] Es posible que estos factores estén indicando un incremento de la calidad de la investigación realizada en la Economía, más empírica, más rigurosa y sometida a un escrutinio más fuerte. Esto estaría apoyado, por los factores mencionados con anterioridad, tales como los avances tecnológicos y el incremento de la competencia. No obstante, no es posible establecer una relación causal ni estas páginas son el lugar para acometer dicho debate.
[6] Una respuesta convincente a estas críticas, que sostiene que los efectos de tratamiento locales son un segundo óptimo muy valioso, puede encontrarse en Imbens (2010).
[7] En particular, Akerlof señalaba cómo, le había resultado absolutamente imposible encontrar datos económicos básicos, que requería para sus propias en investigaciones, en los artículos que las revistas publican en nuestros días.
[8] La colaboración entre disciplinas representa, sin duda, un término polisémico, con posibles distintos significados e interpretaciones (Neves, 2017), que puede ir desde la existencia de un diálogo con otras disciplinas (medido, por ejemplo, a través de citas cruzadas) hasta una perspectiva más radical de defensa de avanzar hacia una necesidad de trascender las disciplinas y avance hacia un cuerpo de conocimiento unificado (en el que, necesariamente, la Economía compartiría responsabilidades con otros campos). En estas páginas, sin entrar a debatir los méritos de uno u otro enfoque y sin diseccionar en detalle sus particularidades, adoptamos una definición flexible, pragmática y, quizás, menos ambiciosa, más acorde con la primera de las aproximaciones, que englobaría bajo su paraguas, obviamente, tipos de interdisciplinariedad más exigentes. En particular, la literatura especializada, al momento de abordar cuantitativamente esta cuestión, confía habitualmente en las referencias bibliográficas observadas entre distintas disciplinas, a modo de indicador de la importancia del diálogo extramuros que se lleva a cabo entre ellas (véanse, por ejemplo, Angrist et al. [2017b], Fourcade et al. [2015], Pieters y Baumgartner [2002]).
[9] En particular, Angrist et al. (2017b) encuentran que la Economía es la Ciencia Social que recibe más citas en 9 de 16 disciplinas consideradas. Destaca el fuerte incremento de las referencias a trabajos de nuestra área en las últimas décadas procedentes de Ciencia Política, Sociología y Psicología, dentro de las Ciencias Sociales, y, en otros ámbitos, desde campos como Investigación Operativa, Medicina, Matemáticas, Estadística, Física, Informática y Salud Pública.
[10] Puede señalarse, no obstante, que los economistas parecen los científicos sociales que muestran menor apoyo a la interdisciplinariedad del conocimiento (Fourcade et al., 2015), si bien estas cifras datan de hace más de una década, no se encuentran lejos de las que se observan entre politólogos y no reflejan la evolución en el tiempo, que resulta, posiblemente, de igual o más interés que la foto estática de la situación.
[11] Backhouse y Cherrier (2017a) prefieren hablar de incremento de las aplicaciones en lugar de revolución empírica. Señalan que los factores mencionados (disponibilidad de bases de datos y avances tecnológicos) permiten, precisamente, mayor escrutinio empírico de las teorías.
[12] La temática de estos trabajos empíricos es muy variada, pero, en términos generales, predomina la evaluación de políticas públicas concretas, especialmente educativas, a través de diseños experimentales o cuasi-experimentales.
[13] Existen innumerables ejemplos de trabajos con temáticas idénticas que aparecen de forma indistinta en Journal of Public Economics, revistas de ámbito general y revistas de área de Economía Laboral, Economía de la Salud o Economía de la Educación.
[14] En palabras del propio Becker (1993: 85), “the economic approach I refer to does not assume that individuals are motivated solely by selfishness or material gain. It is a method of analysis, not an assumption about particular motivations. Along with others, I have tried to pry economists away from narrow assumptions about self-interest. Behaviour is driven by a much richer set of values and preferences”.
[15] Curiosamente, existen ejemplos históricos de esta retroalimentación se ha producido en ambos sentidos, como el caso de los modelos de regresión por mínimos cuadrados ordinarios o dobles diferencias, que, originalmente, proceden de estudios de Medicina y Salud Pública, pero que, posteriormente, han sido desarrollados fundamentalmente por economistas, cuyo trabajo ha terminado por influir en la investigación en estas áreas. Los trabajos de Angrist y Pischke (2010) o Bertrand, Duflo y Mullainathan (2004) son excelentes ejemplos de esta influencia extramuros. Recientemente, publicaciones como Health Services Research se convertían en foro de intensas discusiones metodológicas sobre los últimos avances en la técnica de diferencia-en-diferencias en el que participaban tanto economistas como profesionales vinculados a la Medicina y la Salud Pública (Ryan, 2018).
[16] En este sentido, por ejemplo, CORE Team (2017), cuando proporciona pautas para adaptar los contenidos del libro a distintos tipos de cursos introductorios en Economía, apunta explícitamente a la posibilidad de que los contenidos del nuevo currículo sean articulados por el docente con metodologías de enseñanza-aprendizaje muy diferentes, desde, por ejemplo, la clase magistral al aprendizaje basado en problemas, pasando por opciones como la clase invertida.
[17] La primera edición de Acemoglu et al. (2018) se encuentra disponible en la editorial Antoni Bosch en castellano (Acemoglu, Laibson y List, 2017). Por su parte, Cencage Learning ofrece la 7ª edición del manual de Mankiw en castellano (Mankiw, 2018b).
[18] La última versión disponible del manual de Rosen y Gayer (2013) en castellano es la séptima (Rosen, 2014), que corresponde a la versión en inglés de 2005. En este caso, parece aconsejable emplear la edición original.
[19] Como dato curioso, cabe mencionar que la 10ª edición del manual de Rosen y Gayer (2013) permanecía impermeable al Behavioural Public Finance. Al margen de las dificultades para incorporar las aportaciones de este campo al análisis del bienestar (Atkinson y Stiglitz, 2015/1980), resulta conocida la escasa simpatía de Harvey Rosen por la Economía del Comportamiento (McElweee, 2017). Aunque Mankiw comparte esta postura con su mentor, su libro introductorio sí menciona alguno de las contribuciones más recientes procedentes de este campo (Mankiw, 2018a).
[20] Asimismo, la web de la OCDE ofrece una colección de recursos sobre el tema (que incluye desde vídeos a tarjetas-resumen), bajo el paraguas de Behavioral Insights (http://www.oecd.org/gov/regulatory-policy/behavioural-insights.htm), que representan un recurso didáctico de potencial interés. Sobre el empleo de ejemplos para abordar en clase aplicaciones de la Economía del Comportamiento a la Economía Pública, puede consultarse Antón (2011a).
[21] Algunas de estos libros en inglés pueden encontrarse en castellano. Se ha optado por mencionar la edición original, salvo aquellos en los cuales la obra original se encontraba en otro francés, en cuyo caso se ha optado por la versión traducida al español. Naturalmente, el listado que solemos ofrecer a los estudiantes incluye libros de divulgación en Economía de otras muchas temáticas, pero que se encuentran al margen del foco de este artículo y no se comentan en estas páginas. Para obtener más detalles acerca organización de esta actividad de lectura voluntaria, puede consultarse Antón (2011b). Asimismo, en los materiales de la asignatura Economía del estado del bienestar, con un contenido que se solapa en gran medida con Economía Pública, puestos a disposición de cualquier interesado a través de la iniciativa Open Course Ware, ofrecemos un listado actualizado de lecturas sugeridas (Antón, Muñoz de Bustillo y Pinto, 2019).
[22] Véanse, por ejemplo, Agell (1996) y Feldstein y Liebman (2002) para una discusión sobre esta cuestión.
[23] Una excelente discusión de toda esta literatura es la llevada a cabo por Anthony Atkinson (Atkinson, 1995a, 1995b, 1999a, 1999b). Asimismo, puede encontrarse una discusión crítica de los estudios macroeconométricos sobre los efectos del estado del bienestar en, por ejemplo, Agell, Lindh y Ohlsson (1999) y Bergh y Henrekson (2011), que puede complementarse con el reciente trabajo sobre los efectos de los cambios impositivos de Gale y Samwick (2017). A raíz de esta literatura empírica han aparecido trabajos teóricos que trataban de ofrecer explicaciones a estos resultados a partir de modelos en los que interactuaban distintos tipos de intervenciones públicos y fallos de mercado (e.g., Barth, Moene y Willumsen, 2014, y Barth y Moene, 2016).
[24] Una discusión crítica acerca de la visión más tradicional puede encontrarse en Atkinson y Micklewright (1991) y Howell y Rehm (2009), mientras que Boeri y van Ours (2013) y Krueger y Meyer (2002), entre otros, señalan los efectos negativos limitados de las prestaciones de desempleo de acuerdo con la evidencia microeconómica. Por último, el reciente trabajo de Nekoei y Weber (2017) encuentra efectos positivos de las prestaciones de desempleo en la calidad del puesto de trabajo subsiguiente.
[25] Lógicamente, cada profesor privilegia los temas más próximos a sus intereses, como Chetty (2019) en el caso de la educación, Saez (2019), con la imposición o Gruber (2019), en su libro de postgrado, con la asistencia sanitaria.
[26] Existe una versión en español, agotada y sin previsión de reedición, del manual de Atkinson y Stiglitz (1988), a la que no resulta sencillo acceder. En cualquier caso, y más en el contexto de la enseñanza de postgrado, posiblemente es recomendable referirse a la reedición del año 2015 en inglés, cuyo prólogo incluye no solo interesantes reflexiones en la línea de lo expuesto en este artículo, sino que, además, proporciona una excelente orientación bibliográfica para ampliar cada uno de los temas tratado en la reedición original.
[27] Por ejemplo, esta estrategia representa una buena opción si se pretende profundizar sobre la intervención del sector público en un nivel educativo concreto o abordar las particularidades del aseguramiento y el rol del Estado en áreas específicas de la atención sanitaria, con peculiaridades propia, como la atención a la dependencia o la asistencia bucodental.
Agradecimientos
Este trabajo descansa de forma parcial sobre el proyecto docente e investigador de José-Ignacio Antón presentado en el concurso de acceso a la plaza de Profesor Titular de Universidad G059B/D15911 y la tesis doctoral de Fernando Pinto. Los autores agradecen las sugerencias de Rafael Bonete, Miguel Carrera, Rafael Muñoz de Bustillo, dos evaluadores anónimos y los editores, que contribuyeron a mejorar sustancialmente versiones previas del artículo. La responsabilidad de posibles errores y omisiones corresponde únicamente a los autores.
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